En 1985 formó parte del equipo que trabajó en la restauración de la Biblioteca Pública de Nueva York. Hoy es la única pintora decorativa que ha participado once veces en Casacor y, este año, dictará su primer taller en Italia. ¿Es posible vivir del arte y no rendirse en el intento?

Hay un lugar donde Cecilia Alonso Ferrer puede pasar horas de horas sin advertir el tiempo. Es una habitación ubicada en el ático de su departamento en Chorrillos que tiene, como objeto central, una lámpara prendida al borde de una mesa de madera. Del techo cuelgan algunas piezas de mármol en forma de aves y nubes; y de las paredes blancas, bocetos en hojas de papel que, al recibir las ráfagas de viento que ingresan por la puerta principal, se desprenden ligeramente y emiten sonidos similares al aleteo de un ave.

«Este es mi taller y es aquí de donde salen todo tipo de ideas para los proyectos y mis cosas personales», dice Cecilia. La artista plástica de 58 años se instaló aquí en el año 2015. Antes había viajado por todo el mundo para especializarse en pintura decorativa; una travesía que inició al egresar como artista de la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1985.

Aquel año, una amiga suya que vivía en Nueva York había vendido la alfombra de alpaca que, cuatro años atrás, ella le envió. «Me mandó el dinero (800 dólares) y me pidió que fuera. Entonces, con la idea de ir un mes de vacaciones, cogí mi maleta, puse un poco de ropa y envolví mis pinceles», recuerda. Con su llegada a Manhattan, y sin saberlo aún, Cecilia había dibujado el primer trazo de su futuro como artista.

Luego de su primer empleo como ayudante en un local de comida rápida —donde duró apenas un día—, nuestra asociada entró a trabajar a una empresa dedicada a la reproducción de cuadros. Al cabo de un año, fue contratada en la compañía Fine Arts Decorating, donde formó parte del equipo encargado de la decoración y restauración de la Biblioteca Pública de Nueva York, en 1989. En paralelo, asumió trabajos similares en el templo masón, el edificio Metropolitan Life y la catedral de St. John The Divine.

«Si tuviera que explicar cómo he aprendido, diría: ejecutando. Pienso que la mejor escuela es todo lo que he hecho», asegura Cecilia, quien aprendió a «ejecutar» desde muy pequeña. Lo hizo a los 15 años, cuando se inscribió en un taller de dibujo del Museo de Arte de Lima; luego a los 18, en el taller de dibujo y pintura de Miguel Gallo, y en el de dibujo y escultura de Cristina Gálvez.

Puede que esas ganas por aprender hayan sido las mismas que en 1990 hicieron que se empecinara en viajar a Bruselas con la intención de estudiar en el Instituto Superior de Pintura Van der Kelen-Logelain. Aunque debió esperar dos años por falta de cupos y matricularse en un curso intensivo de francés —idioma que no manejaba—, finalmente logró estudiar en el instituto junto con otros 68 alumnos de 18 nacionalidades. Seis meses después, ganó la medalla de plata en la premiación de clausura. 

De regreso de Europa, pasó por Nueva York y llegó al Perú, donde expuso su trabajo en la escuela de arte Corriente Alterna, por invitación del director, Luis Lama. En 1996, Armando Arana, uno de los más cotizados decoradores del país, la invitó a formar parte de la primera edición de Casacor Perú. Al día de hoy, Cecilia es la única pintora decorativa a la que le han otorgado un espacio propio para exponer su trabajo en once ediciones de esta reconocida muestra anual de arquitectura, diseño de interiores y paisajismo. 

El año 2000, Cecilia viajó a Italia —donde estuvo ocho meses— para visitar el laboratorio de Leonetto Tintori, en Prato, y aprender pintura al fresco. Quince años después, volvió para llevar un curso sobre la técnica scagliola en el taller de Cinzia Lunghetti, en Florencia. De esta forma, Cecilia llegó a dominar quince técnicas de pintura. Antes, ya había aprendido el manejo de otras, como trampantojo, así como restauración y conservación de murales. 

Esta mañana de marzo, sobre la mesa de su taller descansan algunas baldosas que trabajó para la última edición de Casacor. Son piezas de mármol de 25 por 25 centímetros que muestran diversos diseños elaborados con la técnica scagliola. De las 56 piezas que produjo para su exposición, solo le quedan algunas para la venta.

«Lo mejor que me sucedió es poder vivir del arte», confiesa Cecilia, y nos habla de un taller de pintura decorativa que dictará en Italia. «Va a ser en setiembre y será una especie de retiro de arte en el que, también, estarán involucradas la gastronomía, la cultura y las visitas guiadas», agrega.

Por lo pronto, Cecilia sigue recibiendo en su taller a quienes estén interesados en aprender técnicas de pintura. Eso sí, sus clases comienzan después de su rutina de natación. «Me encanta nadar en el Regatas por las mañanas. De todas las terapias, siento que el agua es la mejor», asegura. «¿Después del arte?», le pregunto. «Olvídate: el arte es mi vida», responde.